sábado, 18 de abril de 2009

Cuentos de Metrópolis: El camino del asalariado.

A razón de unos años para acá he tenido la inquietud de escribir cuentos cortos acerca de diversas cuestiones, en particular de la cultura urbana y las situaciones que nos tocan vivir en esta ciudad. El D.F. también conocido como Ciudad de México. Siendo una de las mas grandes ciudades (y una de las mas ricas también) he llegado a pensar que las situaciones que vivimos, aunque compartidas con millones de personas, tienen sus particularidades. Siendo como soy de pronto me sorprende este vaivén cotidiano y veo la cuidad y sus habitantes de diversas maneras.

Cuentos de Metrópolis es el nombre que le doy a la compilación de mis cuentos cortos acerca de esta ciudad y sus constituyentes, un homenaje y crítica simultáneos a la época en la que me ha tocado vivir. Estos cuentos van naciendo de mi vivencia, y aquí los iré compartiendo conforme sean concebidos. Comencemos con la primera parte de El camino del asalariado, cuento que trata acerca de nuestro camino hacia el trabajo.

El camino del asalariado, parte 1.

Salgo por fin a la calle. Espero un par de minutos y finalmente abordo la unidad de transporte público, más popularmente conocida como micro o pesero. Aquí es donde comienza el ejercicio matinal, nos aferramos al estribo del microbus (que viene lleno) para no caernos. Tengo que admitir que es revitalizante sentir el viento fresco en tu cara, la tensión en tus brazos mientras en algún lugar perdido en el interior del micro suena Staying Alive, amortiguado por varias humanidades comprimidas. Una cascada con olor a perfumes, after shave y ropa limpia me obliga a hacerme a un lado. Pasado el edificio de oficinas puedo adentrarme en el transporte y con suerte encontrar un asiento donde posarme. Hoy no es el caso y me toca ir parado hasta la estación del Tren Ligero.

Me entretengo viendo como una chica se maquilla a pesar del errático movimiento del microbus, parece tener la destreza de un malabarista de mono ciclo y aprecia su trabajo en un pequeño espejo de mano con tal esmero que parece estar hipnotizada. Una maza enorme fuera del camión me distrae de la hábil mujer.

El Coloso me bendice con un lugar donde sentarme. Este Coloso tal vez no sea de hierro y bronce como su antecesor, sino de hormigón y concreto armado, pero su influencia no es en nada menor. Casa de los caballeros águila de Coapa sigue siendo faro y luz de muchas vidas. Yo le voy a los Pumas.

La naranja luz del sol filtrándose por los escalones de los puentes peatonales tiene algo de místico, como las estrellas vistas en los observatorios mayas hace tantos años ya.
Mas adelante les traeré la parte dos de este cuentito.

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